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Valparaíso Cultural

Buenos días ¿puedo pasar? soy Pablo Neruda (el escondite)

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Es el búnker que lo vio escribir parte del Canto
General en tiempos que fue perseguido por la Ley Maldita. Neruda, clandestino
y barbón, se paraba en una escalera de aquel subterráneo y conseguía ver el
puerto que tanto amó. Esta es la historia de ese lugar que durante largo tiempo
guardó entre sus paredes parte de un hermoso testimonio de vida y poesía.



Por: Sergio Benavides
Fuente: PrimeraLínea

El pequeño cerro que se aparea con el famoso Barón se llama Los Lecheros, ambos de Valparaíso. Al bajar del funicular y doblar a la derecha, se puede ver una casa que muestra una placa dorada donde se lee algo como: “Aquí se escribió parte del Canto General”. Habíamos llegado correctamente al lugar ubicado en calle Cervantes 18 que creíamos inédito y, sin embargo, tenía esas letras que parecían puestas por alguna institución. Nuestras presunciones no estaban lejos de la realidad. La Fundación Neruda junto con la dueña de la casa, María Teresa Aguilar, hace un par de años que instalaron la inscripción. Fue para la celebración de los 50 años del mencionado libro.

Pero ese es el seudo final de una historia que comienza muchos años atrás, cuando la banda presidencial la llevaba Gabriel González Videla.

Aquel mandatario promulgó la Ley de Defensa de la Democracia en 1947, a la que se le llamó Ley Maldita. Prohibió la existencia del Partido Comunista e instó a la persecución de los partidarios de este. El hecho le costó el desafuero al poeta Pablo Neruda en 1948. Pero eso fue el mal menor ya que por el mismo decreto, el Nobel chileno se mantuvo clandestino en el país hasta 1949. Durante ese tiempo escribiría la mayor parte del Canto General. Luego partiría al exilio y la venganza hacia González Videla llegaría con los inmortales versos que más tarde le dedicó.

Pero antes, Neruda tuvo que correr y rápido. Así llegó al cerro Los Lecheros. En la época, la casa que lo cobijó pertenecía a un marino mercante cuyo hijo era militante comunista. Al parecer fue él quién lo llevo hasta el refugio. Allí estuvo entre seis a ocho meses. Una de las que lo visitó fue La Hormiguita, quién era la pareja del vate.

Caminando Caminando

La casa tiene varios niveles que miran al mar. María Teresa nos invita a pasar amablemente, aunque primero se cercioró de que realmente fuéramos periodistas. “Muchos vienen aquí buscando botellitas y esas cosas, pero aquí sólo hay un testimonio de vida. Esta lugar tiene un valor intrínseco, él estuvo refugiado y se inspiró aquí”, dice y una sonrisa ilumina su cara. Sí, la anfitriona está feliz de conversar esta casa y jura que ni a patadas lograrán que se vaya (aunque nadie se lo ha pedido).

Paredes de luminosidad tenue que, sin embargo, se aclaran cuando durante la tarde absorben la luz del sol. Hablamos del sótano, precisamente el lugar en que el poeta se escondía y lograba mirar por una ventana que todavía conserva los barrotes de los años cuarenta, desde ahí se acercaba a la bohemia porteña que tanto le gustó. Para ingresar había una entrada secreta. Ésta conduce a una pequeña escalera que paradójicamente se parece a esas de caracol que le gustaban al autor de Los Versos del Capitán. Un disimulado interruptor hacía de timbre que le avisaba cuando algún extraño merodeaba la casa. Era perseguido por diversos organismos y cualquier error le costaría muy caro. La familia tomó las precauciones necesarias y lo alojó.

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En concreto, el texto que Neruda escribió corresponde a El Fugitivo, donde cuenta las penurias que debió pasar. “Fui el fugitivo de la policía: y en la hora de cristal, en la espesura de estrellas solitarias, crucé ciudades, bosques, chacarerías, puertos, de la puerta de un ser humano a otro, de la mano de un ser a otro ser, a otro ser. Grave es la noche, pero el hombre ha dispuesto sus signos fraternales, y a ciegas por caminos y por sombras llegué a la puerta iluminada, al pequeño punto de estrella que era mío, al fragmento de pan que en el bosque los lobos no habían devorado”, dice en un fragmento del poema.

En 1970 es el mágico encuentro que María Teresa atesora en lo más profundos de los altos muros de la casa. “Buenas tardes, puedo pasar, soy Pablo Neruda”, fueron las imborrables palabras que para siempre se instalaron en su memoria. Entre otros, llegó con Raúl Zurita, Hugo Arévalo y los infaltables medios comunicación de la época. En ese momento, la pequeña (y hoy dueña) de la casa supo la historia, una que conservó en secreto durante años. “Lo sentí como algo de mi familia, por eso no nos aprovechamos de la situación”, dice.

Hasta hoy, y colgado de una de las paredes, María Teresa conserva una dedicatoria (ver foto) que el poeta le escribió. El refugio permanece intacto, aunque la parte de arriba de la casa ha sufrido algunas modificaciones. Desde la ventana de la cocina, en el segundo piso, Neruda se tomó una fotografía que recorrió el mundo.

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Por el lugar han pasado varios notables. El escritor y hoy premio nacional de literatura llamado Volodia, también Sara Vial, la misma que en 1996 ayudó a la realización una película sobre Neruda que hoy está perdida entre los archivos de un salón de eventos del muelle Prat. Algo de melancolía tiene ese subterráneo que quizá algún día se convertirá en un rincón donde los jóvenes amantes del arte puedan compartir. Las cuatro paredes que infranqueablemente atesoraron la vida de uno de los grandes de nuestro país guardan todavía el testimonio de uno de los períodos más negros de aquella lejana década, cuando un hombre de amor al verso no podía expresarse, sino que debió escapar de sus pares sin cometer otro delito que la fidelidad por una idea.

Hace un par de años, (dato que no es menor) nuestra anfitriona pidió a la Municipalidad de Valparaíso que la ayudaran con la mano de obra para pintar el lugar. Ella se haría cargo de las pinturas. Pese al compromiso de las autoridades, nada de esto ha sucedido. Todavía tiene guardado los tarros de colores que otro aire le darían a la fachada de aquel rincón de calle Cervantes. Situación claramente Made in Chile.

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